El Método Lita de Lazzari
En un fútbol 5 entre amigos o compañeros de trabajo, siempre hay de todo: el habilidoso, el morfón, el que viene vestido como Benzema hasta las medias pero tiene los pies al revés, el que no es habilidoso pero es confiable porque si se la das siempre va a jugar seguro, el lagunero, el calentón. En fin, de todo. En el mundo laboral/organizacional, también se encuentra de todo. Excelentes, muy buenos, buenos, malos y peores.
Lo que sí se encuentra casi exclusivamente en el planeta organizacional—difícil de verlo en una cancha de fútbol 5—es cierta mutación. En el fútbol, en general, el que es malo va a ser malo prácticamente toda la vida. El que es bueno, es bueno desde chiquito. Se puede mejorar un poco, pero no se pueden esperar grandes cambios. En el mundo corporativo, y más precisamente en el área manageril (si se me permite esa palabra), se ven frecuentemente fuertes mutaciones. Sobre todo, de bueno a malo. Prácticamente nunca de malo a bueno. A medida que se sube en la escalerita jerárquica se nota una desconexión incremental con la realidad cuanto más “capas” empiezan a aparecer entre un manager y la trinchera. Esta migración hacia ciertos limbos o burbujas de cristal podríamos científicamente llamarla peregrinar hacia una “nube de pedos”. Ahora bien, ¿por qué pasa esto?
Existe una metáfora argenta que es el famoso “diario de Yrigoyen”. En realidad, es una anécdota muy posiblemente apócrifa que, aun a pesar de las dudas, fue convertida y es mantenida como verdad absoluta y transformada en metáfora para expresar ceguera hacia la realidad. Se usa cuando se quiere dar cuenta que a una persona le “construyen” una realidad falsa para no enojarlo o para sacarle algún rédito, en alusión a uno de los mitos alrededor de Hipólito Yrigoyen que cuenta que el ex-presidente estaba ya senil y recibía un diario confeccionado para distorsionar los hechos que se desarrollaban en la época.
Los diarios de Yrigoyen aparecen fácilmente a medida que trepa el monito. Cuando un mánager deja de escuchar con sus propios oídos y pasa a escuchar lo que le dice una suerte de corte de “notables”, sufre lo que Descartes llamaba la “decepción de los sentidos”. Básicamente el segundo mejor René que dio la humanidad—después de Houseman—decía que nuestros sentidos, aún sin intermediarios, tranquilamente nos podrían mentir y no tendríamos forma de darnos cuenta, y que por ende cualquier creencia obtenida a partir de esos sentidos “no confiables” tampoco podría ser confiable. Si no podemos confiar en nuestros propios ojos y oídos, podemos confiar en los de otros y tomar decisiones a partir de esa información muy probablemente ruidosa?
Es por esto que decisiones o apreciaciones manageriales, vistas desde la trinchera, suelen carecer de sentido. Carecen de sentido porque están tomadas desde una nube de flatulencias, desde el confort de una oficina varios pisos arriba del lumpen, leyendo plácidamente un diario de Yrigoyen.
Lita de Lázzari, referente e icono de la economía del hogar durante tres décadas de historia Argentina, aconsejaba a las amas de casa a ahorrar y buscar los mejores precios con una simple pero poderosa frase:
— Camine señora, camine.
Homenajeando a Lita y sus consejos, podríamos adaptar su sabiduría al mundo de los gerentes y del management con un simple:
— Camine, señor gerente, camine.
Y ya que estamos podemos sugerir:
Traspase esa barrera casi infranqueable que la puerta de su oficina le presenta. Venza esa agorafobia.
Acérquese al populacho y obtenga de primera mano el pulso de lo que pasa.
Escuche. Sobre todo a aquellos que están haciendo el trabajo pesado; pregunte cómo están—de verdad—las cosas.
Deje de hacer las cosas más difíciles.
Equipo que gana no se toca.
Centro atrás es medio gol.
Deje de romper todo lo que tanto esfuerzo costó construir con decisiones y apreciaciones tomadas desde un cumulonimbus de pedos.