El Poncho de la Gratitud
Materiales necesarios: varias hojas de papel grandes y marcadores indelebles. Se le da un marcador a cada participante, se hace suficiente espacio como para que haya lugar para caminar (sacar sillas y mesas), y opcionalmente se puede poner un poco de música como para amenizar.
Este es el juego del poncho, destinado a facilitar el team building. También llamado “poncho de la gratitud”, el juego consiste en escribirle feedback positivo a nuestros colegas en sus respectivos ponchos de papel. Pero vamos a lo verdaderamente importante: ¿Cómo hacer un “poncho de la gratitud”?
Primero, hay que doblar la hoja de papel en dos así:

Después cortamos las puntas en forma redondeada (ser generoso con el agujero para incluir en la práctica a colegas de cabeza voluminosa):

Y entonces el poncho está listo para recibir el mejor feedback posible! A ponérselo y a jugar:

Luego, hay que seguir nuestros instintos y dejar que el juego “fluya” hasta que sea conveniente. Después de un tiempo suficiente, poner a la gente de a pares, sacarse los ponchos y reflexionar respecto al feedback que nos han dejado en nuestros ponchos. Al finalizar el juego del poncho, el equipo se sentirá más unido, más resiliente.
Ahora si: agregar ???????? a gusto.
A ver, vamos por partes. Prácticas banales e insípidas han habido siempre. Tampoco vamos a caerle a los psicólogos o coaches de turno que simplemente le encontraron la vuelta y hacen su laburo agarrando a gerentes de intelecto cansado con la guardia baja, vendiéndoles cursos y ejercicios de team building recontra falopa. Al fin y al cabo, hay que llevar el pan a la mesa. A los que hay que caerle es a aquellos que realmente piensan—si es que realmente lo piensan o sólo lo hacen para no laburar—que un ejercicio como el “poncho de la gratitud” les va a transformar un equipo mediocre en uno decente. O les va a transformar un equipo roto, desmotivado, en uno cohesivo y eficiente.
La pelotudización de las relaciones laborales a la que asistimos tiene también un propósito algo entendible: desligarse de la complicada y ardua tarea de hacer que un equipo de gente ande bien. La idea, en sí, es sólida: como jefe, no hago nada, pero si me lo aprueban desde finanzas voy y contrato a un par de “animadores” que traigan algún ejercicio “divertido” y con eso seguro la gente va a andar mejor.
Otro factor a analizar es esa tendencia a forzar a que un equipo se divierta. ¿Qué hay con esa obsesión de los mandamases a dictaminar cuando un equipo se tiene que divertir? ¿No son acaso los equipos de trabajo grupos de adultos capaces de decidir entre ellos cuando es conveniente ir y hacer algo entretenido? Un equipo que no hace mucho “after office” es un equipo que anda mal? A ver, si en años no les nace ni una sola vez encontrarse por fuera de lo laboral, bueno, tal vez haya algo que ver ahí. Pero si no hacen nada en un par de semanas o meses es ya señal que hay que mandarlos a una “escape room”? Más que pelotudización, hay cierta infantilización y ludificación de los grupos de trabajo, como si fuesen nenes y nenas de jardín o como cuando nos escribíamos los guardapolvos al final de la primaria. Jean Piaget se lamenta no estar vivo, habría recaudado a lo pavote.
En una vida pasada un empleador intentó mandarme a una suerte de “retiro espiritual” con otros managers como para poder “conectarnos” mejor. Dicho retiro consistía en ir de camping. Me pregunto, así como me pregunté en su momento: ¿Por qué tengo que dormir en una carpa con el Gerente de Operaciones para poder hacer que trabajemos mejor? No alcanza con que le busquemos la vuelta de lunes a viernes, de 9 a 5, hablándolo en forma franca de cara a cara las veces que haga falta en caso que haya algo que no funciona? Lejos de ser el más fanático de la conversación, sigo pensando que es uno de los mejores mecanismos, si no el mejor, para limar asperezas en una sala de reunión o en una llamada a tener que ir al medio del bosque, con baño compartido. No tengo ganas de escuchar roncar a Miguel de Contaduría.
En otra oportunidad, me mandaron a jugar al curling para hacer team building. Por un breve instante, debo admitir que el plan me pareció original y hasta interesante, no porque el deporte en sí sea una montaña rusa de emociones, sino porque nunca lo jugué. Me entusiasmé al imaginarme entrándole al escobillón. Mi entusiasmo duró hasta que me di cuenta que me habían mandado a uno sin hielo y con rueditas. Al poco tiempo renuncié. Corolario: curling con rueditas no es bueno para team building.
Los jefes van a elegir mandar a la gente a correr carreras de karting o hacer el poncho de la gratitud pero no van a resolver las cuestiones de fondo que realmente rompen un equipo o lo apagan: amiguismo, nepotismo, favoritismo, maltrato, acoso, desatención. Eso no.