El Proyecto Sin Rumbo
Todo aquel que tenga algunos años en el paño seguro le ha tocado alguna vez formar parte de un proyecto sin rumbo. Proyectos malparidos que ocurren por diversas razones. El caso clásico es aquel proyecto producto de la aplicación a algún programa de financiamiento institucional donde se promete el oro y el moro para captar fondos, pero también puede ser un proyecto que tuvimos que agarrar sí o sí en épocas de vacas escuálidas.
Estadísticamente, un proyecto sin rumbo raramente endereza el curso a lo largo de su historia, por más largo que sea y por más gente que se le ponga. En la gran mayoría de los casos, estos proyectos sólo tienden a empeorar con el tiempo.
La sensación al formar parte en estos proyectos sin rumbo es particular. Uno se sienta en las reuniones y trata de “remarla” lo más que se puede pero se respira en el aire que, por más remo que le metamos, la cosa no va para ningún lado y es cuestión de tiempo hasta que la realidad no dé a todos un cachetazo a mano cambiada. Un cachetazo que deseamos. Pero, por más que se lo pidamos a una estrella fugaz o lo deseemos mientras soplamos las velitas en nuestro cumple, estos proyectos no mueren. Se perpetúan, y cada vez que uno piensa que están dando sus últimos suspiros, que nos vamos a poder finalmente dedicar a algo útil en nuestras vidas, resurgen como un ave fénix deforme que vuelve aleteando para de paso defecar al vuelo sobre nuestra sanidad mental.
La duda que me ha quedado siempre en estos proyectos es si todos estamos al tanto de lo condenado que está y aún así elegimos callar y seguir (porque hay cuestiones que nos exceden y éstas nos exigen continuar con la charada) o si realmente hay alguien que piensa que el proyecto tiene futuro y sentido. Me encantaría saber cómo se hace para poder ignorar todas las señales de colores fluorescentes que estos proyectos tienden a dar y así poder vivir confortablemente en esa nube de flatulencias.
Los proyectos sin rumbo suelen compartir características. Por caso, tienden a la sobre auditoría porque se pone el énfasis ahí en vez de lo técnico, porque lo técnico no va para ningún lado. Como si fuese una suerte de vía de escape para dar la impresión que el proyecto avanza, los entregables—documentos anodinos—se vuelven protagonistas y hay una sobreactuación de los deadlines cuando en realidad el proyecto técnicamente está estancado. Planillas de cálculo y matrices de compliance en base a requerimientos que son una joda vuelan de un lado al otro.
Hay una fuerte correlación entre proyectos sin rumbo y la formación de consorcios. Como si no fuese complicado llevar adelante proyectos dentro de una misma organización, que le queda a un proyecto donde 3 o 4 organizaciones se asocian para hacer algo? Tal como pasaba cuando te hacían formar grupo en la escuela o en la universidad, siempre está el que no hace nada, el chanta carismático que aparece sólo para las entregas, el mártir que se pone el grupo al hombro.
Navegar en un proyecto de este tipo—y si se está al tanto de su condenada naturaleza—requiere un carácter especial. Requiere una gran fuerza de espíritu levantarse un lunes a la mañana sabiendo que a las 9 hay una reunión de “avance” en un proyecto sin rumbo. Requiere tener las pastillas de frenos inhibitorios siempre nuevas porque uno no puede decir directamente lo que piensa sino asentir y esperar que el tiempo haga lo suyo.
Como un veterano Project Manager de uno de estos proyectos barrilete abrió una reunión un tiempo atrás:
— Recordemos que estamos acá porque no nos queda otra.