El Trabajo de la Semana
Hace un tiempo hablé de la pelotudización de las relaciones laborales. Como por ejemplo que te hagan poner un poncho para llevarte mejor con el de ventas o con la de contaduría. Ojalá el problema sólo se circunscribiera a workshops pedorros de RRHH, pero la pelotudización de las relaciones laborales se enmarca en una boludización más generalizada del trabajo, que por supuesto incluye una innegable, incesante estupidización de la práctica ingenieril.
A ver: todo arranca torcido desde el vamos cuando muchas de las prácticas comunes y corrientes son puestas bajo el etéreo, inasible e inclasificable concepto de “los procesos de negocios”. ¿Qué es un “proceso de negocios”? Como diría Neustadt y su condescendiente para doña Rosa: un proceso describe cómo hacemos algo. Según el diccionario:
Un proceso es una colección de tareas relacionadas y ejecutadas por uno o más miembros de un equipo cuya ejecución produce un servicio o un producto que viene a servir un objetivo de negocios.
Todo bien. Pero eso se llama básicamente laburar. Como diría Fatigatti: el trabajo de la semana.
Un buen día, a algún cráneo se le ocurrió que había que intelectualizar lo cotidiano y así los “procesos” se pusieron bajo la lupa y acá estamos, nadando en un mar de herramientas y metodologías que vienen como chancho a los choclos a resolver problemas imaginarios. Los “procesos” están hoy sujetos a una variedad de prácticas insípidas, son guardados en bases de datos alojadas en “la nube”, son accedidos mediante APIs. Hoy la herramienta standalone parece haber caído en desgracia y ya no es petitero guardar algo en un disco local; hoy todo necesita un servidor y ser vendido por consultores y representantes que hablan como Fernando Niembro y te venden la hora de consultoría a precios exorbitantes. Todo para terminar generando diagramas de flujo que describen el comportamiento de gente de carne y hueso como si fuesen tokens en una red de Petri.
A ver, que se entienda. Un “proceso” tiene sentido hacerlo visible, explícito, cuando las tareas involucradas son verdaderamente secuenciales y definibles, como cuando operamos o ensamblamos una máquina: apretá acá, fijate allá, guarda con X o con Y porque si lo hacés mal, te morís o alguien más se muere. Ahí sí, dame checklists, diagramas de flujo, dame herramientas que me ayuden a no sobrecargarme y enfocarme en hacer las cosas bien. Pero, si estoy haciendo trabajo de oficina, de diseño, no estoy volando un Boeing 747. Entonces, ¿de qué “proceso de negocios” me hablás? No soy un símbolo en un diagrama. No estudié Ingeniería media década para que me redefinas como se hace con un diagrama.
Aquello que David Graeber describe en su famoso libro “Bullshit Jobs” es sólo la consecuencia del problema: Graeber explica la proliferación de roles que necesariamente aparecen para sostener la parafernalia que la boludización del trabajo genera. Huelga decirlo: boludizar el trabajo diario genera puestos de trabajo.
You may say I’m a dreamer, pero sueño con un futuro donde prime lo que hay que hacer por sobre qué metodología abrazar o qué herramientas usar. Que podamos hacer lo que sabemos hacer sin la necesidad de darle tanta vuelta.