O Rei
Existe desde siempre cierta partición entre el experto y el generalista. Históricamente, se ha valorado al primero más que al último. A los generalistas, un proverbio chino los fustiga: “tienen diez cuchillos, ninguno afilado”.
Pero, por cómo han ido evolucionando las organizaciones y el tipo de trabajo, los generalistas han sabido ganar terreno, y aparecen hoy como recursos valiosos porque además de saber más de una cosa, un generalista bien plantado tiende puentes entre partes distantes de la organización. Esto cobra más valor en organizaciones chicas, donde la división del trabajo no ha llegado todavía al punto de robotizar a todo lo que camina.
El término adecuado para el generalista habilidoso es polímata. Se llama polímata a aquel que no sólo tiene intereses múltiples sino que además se anima a practicarlos y, encima, lo hace bien.
Lo opuesto son, claro, los especialistas. A estos, en el artículo “Master of Many Trades", Robert Twigger les tira munición pesada; los llama "monópatas" , y los describe como “aquellos con una mente estrecha, con cerebros de un sólo carril, aburridos, súper especializados, sin ningún interés por fuera de su campo. En otras palabras, lo que ha preferido el Mundo Occidental".
La valoración actual hacia los polímatas no es una moda pasajera. Hace medio siglo, en “Time Enough for Love” (1973), Robert A. Heinlein escribía:
“Un ser humano debería poder cambiar un pañal, cazar un jabalí, construir un barco, escalar una montaña, diseñar un edificio, escribir un poema, calcular impuestos, construir una pared, saber vender, comprar, trabajar en equipo, arreglárselas solo, resolver ecuaciones, analizar un problema nuevo, juntar estiércol, programar una computadora, cocinar una buena cena, pelear bien, morir elegantemente. La especialización es para los insectos”.
Tal vez al bueno de Robert le haya ganado un poco la pasión, pero el punto es claro. Aquel que sabe hacer muchas cosas, por más distantes que éstas sean, que aprende rápido, que hace cosas variadas sin que se le caigan los anillos, desde escalar una montaña a resolver ecuaciones diferenciales; suman. Traen la elasticidad mental, la curiosidad, la adaptabilidad, la capacidad de conectar lo que yace ahí, desconectado. Yo le agregaría, que si encima un polímata viene con una personalidad afable, cooperativa, colaborativa, es un pleno. No hemos de soltarlos más. Que se queden a vivir.
En “Había Gigantes en la Tierra”, Felipe Fernández-Armesto escribe:
“Muchas culturas apreciaban a los generalistas, como la Grecia clásica, la Italia renacentista y la Inglaterra victoriana. Otras, en cambio, sospechaban del polímata por considerarlo alguien que se distrae con conocimientos superficiales y que no domina nada. Algunas sociedades denuncian al que sabe todo de nada; otras desdeñan al que sabe nada de todo”.
Fernández agrega:
“El progreso depende de la polimatía, porque las ideas se reproducen mediante encuentros y contactos. Los especialistas más encerrados pueden inventar chismes o formular algoritmos o criticar eficazmente a los demás. Pero para generar nuevas ideas –realmente nuevas, reveladoras, capaces de lanzar movimientos trascendentes y de transformar el mundo– lo fundamental es que existan espacios mentales donde influencias procedentes de varias tradiciones, disciplinas, y contribuciones sueltas se crucen, se reúnan, se mezclen y produzcan novedades”.
Se discute mucho sobre quién fue mejor, si Maradona o Pelé. Para quien escribe estas líneas, no hay discusión; el mejor fue el Pelusa. Pero si estamos hablando de polímatas, hablemos de O Rei y sobre cómo fue el primer jugador de fútbol polímata de la historia.
Pelé no sólo era dueño de una habilidad indiscutible. También sabía cabecear, sabía asistir, le pegaba igualmente bien con las dos piernas, era rapidísimo. Tiraba chilenas, bicicletas, piruetas. Cosas que se veian, sí, en otros jugadores de la época pero de a una habilidad per cápita. Había buenos cabeceadores, buenos asistidores, buenos zurdos y buenos diestros. Había rápidos y había elásticos. Pero el tipo las tenía todas juntas.
Esto tal vez no parezca algo extremadamente novedoso en 2024, pero hace sesenta años, fue revolucionario. Cambió todo. Hizo falta un polímata para romper el picapedrismo reinante de la época y mostrar el camino.
Después, alguien tomó la posta y el resto es historia.