Provócame
Años ha, trabajaba en una empresa relativamente grande. La empresa tenía un predio que constaba de varios edificios, algunos de los cuales no solía frecuentar porque albergaban departamentos que poco tenían que ver con lo que yo hacía. Cierto día, había tenido una reunión en una sala ubicada en uno de esos edificios que prácticamente no conocía, por lo cual me aventuré hacia lo que para mí era terreno inexplorado.
Con la reunión—que seguro podría haber sido un email—ya terminada, y mientras buscaba el camino de vuelta hacia mi gris cubículo, me encuentro de forma sorpresiva con una máquina de café. De esas automáticas, que muelen los granos en el momento. Sofisticada, aerodinámica, con muchos botones y LEDs azules; Cappuccino, latte, hasta chocolate. Italiana, con partes cromadas.
Era perfecta.
Acostumbrado como estaba al café de filtro de calidad proletaria que la empresa solía comprar para los empleados, me sentí por un momento Indiana Jones encontrando el cáliz sagrado.
Me apersoné ante este hermoso dispositivo y comandé la máquina a hacerme un cappuccino. Mientras la máquina hacía sus yeites para poder dotarme de mi dosis de cafeína, noté a la distancia un escritorio, y detrás de una pantalla percibí a una persona que me observaba. Una chica de unos 25 años, pelo castaño, y mirada algo nerviosa. Pude notar en su cara cierta sonrisa, cierta tensión en las comisuras. Y pude notar como me sostenía la mirada de forma decidida. Algo intimidado, sin poder sostenerle la mirada de igual forma, tomé mi cappuccino y me fui, sonrojado y confundido.
Al otro día, volví. La máquina estaba ahí. También la chica. La secuencia se repitió. Me hice un capuccino mientras ella me observaba. Mi autoestima iba en aumento. Pude observar cómo esta persona casi se levantaba de su escritorio. Pensé “ok, esto está yendo bastante rápido”. Me sentía Chayanne en la canción “Provócame”. Mentalmente hacía el pasito:
Sé que me sigues por donde voy
Y me espías en cada rincón
Te noto tras mis pasos
Te escondes en mi sombra
Y no comprendo la razón
Provócame, mujer, provócame
Provócame, a ver, atrévete
Provócame, a mí, acércate
Provócame, aquí, de piel a piel
Tercer día, y me dije: tengo que ir otra vez. Por el capuccino, pero también por esta historia que se volvía más intrigante y electrizante capuccino tras capuccino.
Otra vez ante la máquina. Otra vez apretando los mismos botones. Sabiéndome observado, decido pararme en una pose un poco más sugerente mientras la máquina chirriaba moliendo los granos.
La chica, esta vez, no dudó. Ni bien la máquina dejó de gotear, se levantó de su escritorio, y con toda la decisión que no había podido tener en los dos días anteriores, se me acercó y me dijo de forma amable, con voz de pito:
— No podés usar esta máquina, es sólo para los gerentes.