La Muerte de la Competencia
(Adaptado de “The Myth of Capitalism: Monopolies and the Death of Competition”, Wiley. De Denise Hearn y Jonathan Tepper)
Hoy muchos piensan en Silicon Valley como la meca de la tecnología, pero en los años cincuenta, había que estar medio loco para pensar en abrir una empresa tecnológica en California. Las empresas de la época estaban predominantemente en la Costa Este, principalmente en Massachusetts a lo largo de la ruta 128, cerca de los centros de investigación del MIT y Harvard.
William Shockley ya era en aquel entonces una estrella en el mundo científico. No era para menos: había ganado el Nobel por co-inventar el transistor. Cuando el bueno de William se muda a Palo Alto para fundar Shockley Semiconductor Laboratory, todos pensaron que se le había chiflado el moño. El área estaba muy alejada de la Costa Este—donde todo lo conocido a nivel tecnológico residía—pero el tipo tenía sus razones. Había crecido ahí, y quería volver a los pagos para estar cerca de su madre cuya salud empeoraba.
Shockley contrató para su nueva aventura a un equipo de estrellas para que se le unieran. Expertos en física, metalurgia y matemática, quienes abandonaron sus empleos en lugares “clásicos” para trabajar con Shockley en comercializar el transistor. Robert Noyce, uno de los flamantes contratados, diría luego que recibir una llamada de Shockley había sido como “levantar el teléfono para hablar con Dios”.
No mucho tiempo después de llegar, sin embargo, el nuevo equipo de Shockley descubrió que el jefe era un tipo errático y difícil. Era un genio, si, pero también un mal llevado. Y no estamos hablando de que podía tener un mal día como tenemos todos. No, era un ególatra sin remedio con un frondoso historial desde las épocas de Bell Labs cuando había querido apropiarse de todo el crédito de la invención del transistor. No había Glassdoor en esa época. Tiempo después, Shockley se convertiría en un racista recalcitrante perdiendo todo tipo de contacto con su familia e hijos. William Shockley fue, de acuerdo a muchos testimonios de la época, un mal tipo1.
Con todo, más o menos un año después de unirse a Shockley, su equipo se reunió a solas en un hotel para planear el escape; todos estaban muy descontentos con la situación. En un acto de “deslealtad” que luego entraría en la historia, deciden renunciar y formar su propia empresa: Fairchild Semiconductor. Un caso más del viejo y mentado mantra que la gente tiende a renunciar a sus jefes, no a sus trabajos. Tiempo después, este grupo sería catalogado como “los 8 traidores”.
Muchos consideran este acto de “traición” como la piedra fundamental de Silicon Valley, aunque el término tardaría una década más en entrar en el imaginario colectivo. Este acto de defección colectiva sentó un precedente, una suerte de caso de éxito emprendedor que probaba por primera vez que era más importante la lealtad a las buenas ideas y la innovación más que a las empresas y a erráticos egos gerenciales.
El más inquieto de los “traidores” era sin dudas Bob Noyce. Con 29 años en ese momento, no sólo había decidido abandonar a “Dios”, sino que junto a su colega Gordon E. Moore también abandonarían Fairchild para fundar Intel, llevándose en el proceso varios empleados con ellos. Poco después, Noyce haría historia con la invención del Intel 4004, el primer microprocesador de la historia. Noyce, el “traidor”, había inventado el corazón y cerebro de la computadora moderna.
Silicon Valley seguramente le debe su éxito a muchos factores—acceso a capital, proximidad con Stanford, y cercanía a una ciudad vibrante como San Francisco. Pero lo que hizo posible que Silicon Valley se convirtiera en el polo tecnológico global por excelencia no suele discutirse en profundidad: California es uno de los pocos estados donde las cláusulas de no competencia en contratos de empleo son totalmente inválidas, por más que se pongan en los contratos. En síntesis: los trabajadores tienen total libertad de renunciar y trabajar para un competidor si así lo desean.
En muchos otros estados, cuando los empleados se suman a una empresa, tienen que firmar intrincadas cláusulas de no competencia como una condición para su contratación. Las condiciones de éstas cláusulas varían mucho, pero la idea básica es que, si te echan o renunciás, no podés trabajar para ningún competidor dentro de la misma industria por un cierto período de tiempo que puede llegar a ser ridículamente largo.
En 1872 California declaró que era ilegal forzar a los empleados a estar “encadenados” a una firma, permitiéndoles moverse libremente en el mercado laboral. Un siglo y medio después, la ley sigue vigente. Esta ausencia de cláusulas leoninas de no competencia es la razón principal por la cual Silicon Valley logró semejante éxito.
Imaginemos por un momento qué sería de Silicon Valley si el bueno de Noyce no hubiese podido dejar al jodido, inseguro y ególatra de Shockley para fundar una nueva empresa. Qué hubiese pasado con Steve Wozniak si le hubiesen prohibido dejar Hewlett Packard para irse con Jobs? Vayamos más atrás en la historia y pensemos que hubiese pasado si Nikola Tesla no hubiese podido dejar a Thomas Edison por una cláusula en su contrato?
La historia de Silicon Valley demuestra que el respeto por el talento del trabajador ha estado siempre por encima de la lealtad a una empresa en particular. Esto tiende a generar ecosistemas más maleables, donde las buenas ideas se esparcen rápido de empresa a empresa y el talento innovador tiene libre circulación para elegir sus destinos. AnnaLee Saxenian, autora de varios libros sobre la industria tecnológica, dice: “hace décadas los ingenieros decían ‘yo trabajo para Silicon Valley’. Y la idea era que ellos trabajaban en hacer progresar la tecnología de la región, no en una empresa en particular. Se suele pensar que en Estados Unidos las empresas generan valor, pero lo que Silicon Valley demostró es que, muy seguido, son las pequeñas comunidades a lo largo y ancho de una región son las que generan el mayor valor2”.
Si Noyce pensaba que Shockley era Dios en los años cincuenta, Steve Jobs idolatraba a Noyce de la misma manera en los setentas. Cuando Apple estaba arrancando, Noyce ya era una leyenda en Intel. “Bob Noyce me tomó como su discípulo” dijo Jobs alguna vez.
A pesar de que Jobs adoraba a Noyce, nunca le dió a sus empleados en Apple las misma libertades que fueron clave para que Noyce innovara como lo supo hacer. En 2014 se hizo público que Steve Jobs había intentado por todos los medios evitar que sus empleados se fueran a otras empresas. Habiendo sido Silicon Valley fundado bajo la premisa de la libre movilidad de trabajadores calificados, los gigantes tecnológicos—el infame oligopolio FAANG conformado por hijos de Silicon Valley—traicionaron la historia.
Hace unos años éstos fueron descubiertos teniendo una suerte de “acuerdo de caballeros” para impedir el libre movimiento del talento, y fueron demandados. Un acuerdo de caballeros, claro está, para detrimento de los trabajadores que no sólo vieron cercenada su libertad para ofrecer sus capacidades en el mercado laboral, sino también esto hizo que sus salarios se estancaran al estar cartelizados por un pequeño grupo con un inmenso poder.
Como parte de la demanda legal3, salieron a la luz emails entre Steve Jobs y Eric Schmidt, entonces CEO de Google (los screenshots están por todos lados):
— Me dicen que el nuevo grupo de software de celulares de Google está reclutando gente de nuestro grupo de IPod. Si esto fuese verdad, podés decirles por favor que paren? Gracias, Steve (agrega un smiley face).
En otro email, Larry Page de Google mandó un mensaje interno visiblemente alterado comentando que Steve Jobs le había dicho que “se venía la guerra” si un sólo empleado más de Apple era contratado en Google4.
Al fin y al cabo, el pacto para no sacarse gente se esparció por Silicon Valley. Google, Adobe y otros empezaron a desarrollar “no hire lists” o listas negras de gente que no se podía tocar. Esto era claramente una suerte de conspiración y colusión (léase: asociación ilícita), que no sólo es una falta a la ética sino obviamente ilegal; al final estas empresas fueron obligadas a pagar una multa de más de 300 millones de dólares por sus acuerdos ilegales de no competencia5.
En última instancia, uno puede entender cierto hubris o arrogancia en los celebrados Jobs, Page y otros, quienes en una espiral de poder, fama, market share y riqueza creen sentirse dueños de todo hasta que un juez tiene que venir a bajarlos de un hondazo y recordarles lo contrario.
Algo más incomprensible sería tener arrebatos monopólicos u oligopólicos siendo una banda de pelagatos. Aunque llamativamente ocurre.
Con mayor concentración industrial, aparece también el consiguiente monopsonio donde uno o dos actores son los únicos compradores de fuerza laboral y esto les da poder para definir unilateralmente las condiciones de contratación.
En épocas de vacas flacas, el movimiento de talento debería ser interpretado como una buena señal para beneficio de una región y así poder dejar volar a los próximos Bob Noyces para que vayan a inventar el Intel 4004 de mañana. ∎
William Shockley es un caso más de la llamada enfermedad del Nobel
https://www.nytimes.com/2017/05/19/us/california-today-silicon-valley.html
https://www.cnet.com/tech/tech-industry/apple-google-others-settle-anti-poaching-lawsuit-for-415-million/
http://www.businessinsider.com/emails-eric-schmidt-sergey-brin-hiring-apple-2014-3
https://venturebeat.com/2014/05/23/4-tech-companies-are-paying-a-325m-fine-for-their-illegal-non-compete-pact/